Queso y mermeladas de frutos rojos: un romance untado en pan
Hay amores que no precisan de presentaciones. Se encuentran, se funden y el mundo —al menos el del paladar— cobra un nuevo sentido. Así sucede con el queso y las mermeladas de frutos rojos: una combinación que despierta suspiros, ganas de repetir y una necesidad de cerrar los ojos en el primer bocado.
Puede parecer capricho moderno, pero este matrimonio entre lo salado y lo dulce tiene siglos de historia. En Europa, especialmente en regiones queseras como Francia, Suiza o el norte de Italia, es tradición servir quesos con acompañamientos dulces: higos confitados, compotas de cereza, membrillos… y, por supuesto, mermeladas de frutos rojos. Estas últimas también tienen tradición ancestral. Aunque dista un poco de la versión que usamos en nuestros días, una de las primeras recetas de mermelada conocidas la encontramos en De Re Coquinaria atribuida a Marco Gavio Apicio. Este libro también ofrece numerosos consejos de aprovechamiento (tips, que dirían los cocinillas en Instagram) y conservación de alimentos. Sin embargo, el gastrónomo romano recurre a la miel, algo lógico dado que en aquel momento el azúcar, originario del sudeste asiático, aún no había llegado a Occidente.
El humilde objetivo práctico de conservar la fruta durante más tiempo se tornó en lujo debido al elevado precio del azúcar y acabó haciendo de la mermelada el condimento preferido de la realeza. En la Edad Media, por ejemplo, los nobles servían confituras y frutas en almíbar junto con los quesos más fuertes para suavizar su impacto y, a la vez, lucirse en banquetes como símbolo de refinamiento. Luis XIV, en las fiestas de Versalles, agasajaba a sus invitados con mermeladas y confituras elaboradas con frutas cultivadas en sus jardines privados y la Reina Victoria del Reino Unido dio nombre a un pastel elaborado con bizcocho y generosas capas de mermelada de fresa. Si viajamos hasta la actualidad, Meghan Markle, duquesa de Sussex, lanzó dentro de su marca de productos dos mermeladas de fresa y frambuesa que se agotaron ¡en menos de 20 minutos!
¿Por qué esta combinación en escarlata funciona tan bien? La respuesta es simple: la acidez vibrante de frambuesas, fresas, cerezas, grosellas, arándanos o moras equilibra la riqueza y la salinidad del queso. El dulzor redondea, suaviza y, en algunos casos, incluso resalta matices escondidos en el queso. Además, estos pequeños frutos no son solo bocados de placer, sino que nos brindan numerosos beneficios para el organismo: son altos en antioxidantes, ricos en vitamina C, cardiosaludables, ayudan a mejorar la circulación sanguínea y tienen efecto antiinflamatorio. ¿Qué más se puede pedir? Queso, sin duda, queso. Por ello, os animamos a probar un Brie o un Camembert con mermelada de frambuesa, un cabra con la compañía de una confitura de mora o un Queso de Oveja Curado Los Cameros con una de fresa o de cerezas. También podéis aventuraros a hacer vuestras propias mermeladas. Solo son necesarios frutos rojos, azúcar, unas gotas de limón y algo de paciencia para capturar el alma de las frutas y convertirlas en la pareja perfecta para el queso.

