Quesos bonitos ¡incluso con forma de pan!
Caprichos para la vista. Hay quesos que, además de por su sabor o su curiosa textura, también conquistan nuestra mirada por su forma, su color e incluso por su apariencia similar a un metal precioso. Es el caso del Limburger, originario de Bélgica y que, bajo su corteza anaranjada y aspecto similar a un lingote, esconde un sabor a leche de vaca y un olor potente. Aún más extravagante es el Long Clawson´s Stilton Gold: un antojo para sibaritas que aprecian el sabor de una de las referencias inconfundibles de Inglaterra y las insípidas, pero llamativas, laminillas de oro comestibles.Mucho menos ostentoso, pero muy apetecible para la vista, es uno de los quesos que elaboran en Polonia y que no es lo que parece. Bajo lo que podríamos llamar un apetitoso trampantojo con forma de pan, el queso Oscypek se produce entre abril y octubre, cuando las ovejas pastan en la zona montañosa de Podhale. Su sabor ahumado es muy apreciado dentro y fuera del país. El adorno regional de sus bordes, que se obtiene gracias a un molde de madera llamado oscypiorka, es pura delicadeza.
Queso polaco Oscypek. Imagen Wikipedia.
Bonito por fuera, ya que se asemeja a una pequeña tarta de queso, el Époisses es, para muchos, el más oloroso del mundo: tanto que este sabroso producto francés está prohibido en los transportes públicos del país. Su color claro contrasta con el curioso queso con carbón activado que tanto gusta en Yorkshire. Su tono es oscuro, su olor suave y su textura muy cremosa.
En este recorrido por los quesos estéticamente bonitos no podía faltar el más famoso del Himalaya, gracias a la tradición artesanal de los pastores y los sherpas de la zona. Tras hervir la leche de yak en una fogata de leña, la masa sólida se cuelga para escurrir y, posteriormente, se prensa gracias a un objeto elaborado con piedra, madera, bambú y mucha creatividad. Las tiras del queso Chhurpi son muy distintas, en color y por supuesto forma, al queso inmaculado y granulado Ricotta. O a los tonos azulados y sosegados del queso cabrales de Asturias, a las vetas verdosas y sinuosas del Roquefort y el Gorgonzola, o a las hojas de castaño que con tanto mimo atesoran el famoso queso de Valdeón.
Finalizamos este bello recorrido turófilo con la vista puesta en el color cereza del queso de tuno indio que, gracias a las cabras autóctonas de la isla de Fuerteventura y a la tonalidad del higo chumbo rojo, es un reclamo para la vista y para el paladar, gracias al sabor silvestre, ácido, cremoso y láctico propio de los quesos majoreros. Y, tierra adentro, dirigimos nuestros últimos pasos a La Rioja, donde las marcas de cilla del queso con D.O.P. Camerano, tanto en su versión curada como semicurada y fresca, relatan un origen que se remonta al siglo XIII. Una artesanía que, ocho siglos después, nos enreda la mirada en aquellos mimbres que se recogían en primavera y otoño: surcos artísticos en la corteza que albergan, en su interior, el arte de elaborar un queso.