¿Comieron queso en la Última Cena?

Si pensamos en la escena de La Última Cena, uno de los cuadros que se nos vienen a la cabeza es la obra del fascinante Leonardo Da Vinci. ¿Recordáis la mesa rectangular, verdad? Os animamos a seguir leyendo, porque este post os va a desvelar más de una curiosidad de aquel año 33 d.C.

En su libro Jerusalén, la Última Cena, los autores Generoso Urciuoli, arqueólogo, y la egiptóloga Marta Berogno, desvelaron los hábitos alimenticios en Jerusalén, recién estrenado el primer siglo d.C. Tras un arduo trabajo de investigación entre volúmenes y datos arqueológicos, arrojaron diversas conclusiones. Una de ellas fue que la cena más memorable de todos los tiempos no se sirvió en una mesa rectangular. Al parecer, y siguiendo el estilo romano que imperaba en la época, Jesús y sus discípulos comieron recostados, sobre cojines en el suelo. 

La Última Cena, obra de Leonardo Da Vinci.

Aunque hay diversidad de teorías sobre el menú de Jesucristo y sus discípulos en la Última Cena, todo apunta a que no había lácteos en esa mesa. Pero como nuestra razón de ser es el queso y estamos a las puertas de la Semana Santa, nos ha picado la curiosidad por saber cómo sería este alimento hace 2.000 años. 

Existen evidencias del consumo regular de queso en las áreas geográficas de Oriente Próximo mencionadas en el Antiguo y Nuevo Testamento, principalmente lo que hoy conocemos como Israel, Palestina, la zona occidental de Jordania, la península egipcia del Sinaí y el sur de Siria. El Atlas Histórico Westminster de la Biblia cita un enclave de Jerusalén denominado Tiropeon, que significa «el valle de los que hacen queso». 

Parece lógico, dado que la ganadería y el pastoreo, en especial de ovino y bovino, eran actividades económicas de gran importancia en tiempos de Jesucristo. No es casual la simbología cristiana en torno a las figuras del cordero y el pastor, oficio desempeñado sin ir más lejos por Abel, el vástago pacífico de Adán y Eva. 

Fuente: Mapa de Tierra Santa del geógrafo Tobias Conrad Lotter, 1759.

Encontramos en la Biblia diversas referencias a la leche, el queso, el requesón y la mantequilla. Los quesos de cabra, oveja o vaca eran un elemento básico en la dieta de los lugareños, junto a alimentos como pan, verduras, legumbres, uvas, higos, dátiles, carne de cordero y pescado. Recordemos que, por entonces, dichos territorios formaban parte del Imperio Romano y posiblemente habían incorporado también los patrones nutricionales de sus conquistadores. Los romanos eran bastante queseros y aquellos más pudientes lo consumían tanto en su lentaculum o desayuno, como en la cena.

Parece que la Última Cena tuvo como protagonista una comida típica de la Pascua, como hierbas amargas con pistachos. Incluso tzir, una variante del costoso y preciado garum. O cholent, un plato de guiso de judías cocidas al horno a fuego lento. Y, aunque no hubo queso, las mesas bajas dejaron su espacio para el dulce, en concreto para un pastel de dátiles y frutos secos llamado charoset. Y para el pan sin levadura. Y, cómo no, para el vino servido en una copa que, según nos cuentan las crónicas, compartieron Jesús y sus doce apóstoles.

Mosaico romano representando al pez garos, a partir de cuyos intestinos se elaboraba el preciado garum. Fuente: Proyecto Nautilus.

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