El queso en la historia

Todo apunta a que este alimento milenario surgió de una manera fortuita. Una azarosa circunstancia que hoy en día tenemos que agradecer ¡y mucho!. En la actualidad son miles los matices que nos gusta descubrir entre sabores, texturas, tipos de leche utilizada (no hay más que indagar en los quesos de cada zona o en los diversos países del mundo para descubrir curiosas variedades) o tiempos de maduración. Si echamos un vistazo a la historia de las civilizaciones veremos cómo el queso ha sido una parte fundamental de la dieta y ha tenido sus propias peculiaridades según la geografía.

El viaje de los faraones del antiguo Egipto al otro mundo se hacía rodeado de artículos lujosos y de los manjares que les gustaba saborear en su día a día. Así lo atestigua el ajuar funerario de Ptahmes, alcalde de Menfis en Egipto en el siglo XIII a. C., en el que se encontraron restos de queso. En aquel entonces, este alimento era algo parecido al requesón: una pasta blanca que se elaboraba con leche de vaca, cabra y oveja, y se cubría con una tela de lienzo.

En el antiguo Egipto el queso que se consumía era parecido al requesón. Foto de las pirámides Lali Ortega Cerón.

Si bien se pensaba que aquel era el queso más antiguo del mundo, los avances tecnológicos con los que contamos hoy en día descifraron el enigma: el más longevo se encontraba entre las momias que, en la década de los 90, un equipo de investigadores descubrió en el cementerio de Xiaohe. Los esqueletos no solo seguían ataviados con todos los honores: en aquella zona desértica de China los fragmentos lácteos que embadurnaban sus cabezas era queso Kéfir.

Desde Oriente, más concretamente en Xi´an y tras los valles frondosos del río Wei, partía la Ruta de la Seda. Como se puede intuir, además de la fibra natural, lacas o porcelanas, el queso tuvo su protagonismo. La curiosidad es que, en Asia Central, este lácteo viajaba en forma de pequeñas bolitas. Por su facilidad de transporte constituyó una fuente de alimentación y energía para nómadas y guerreros. Al igual que el queso Kéfir, tiene un punto agrio. Se elabora, en la actualidad, con leche de vaca, cabra y oveja y lo podemos encontrar en los mercados de Uzbekistán.

Los paladares de antiguos griegos y romanos apreciaban el sabor de este derivado de la leche. La mitología rinde tributo a este manjar a través de Aristeo, hijo de Apolo, quien tuvo el acierto de cuajar la leche con ayuda de las ninfas que tan representadas han quedado en el arte. Los de cabra y oveja eran los más consumidos, también mezclado, aunque el fresco era muy apreciado… ¡pero más caro! En el caso del Imperio romano, el queso también formó parte de su dieta habitual. Y, si echamos la vista atrás, la historia nos recuerda que no hemos inventado nada nuevo. Les encantaba tomarlo con especias y con frutos secos, como los que ahora incluimos en nuestras tablas queseras.

En el mundo vertiginoso y global del siglo XXI es fácil saborear y darse un capricho a base de quesos del mundo. Basta con acercarse a una tienda gourmet, a un supermercado, para elegir y llevarse un pedazo de queso de las diferentes comunidades de nuestro país, o de otros como Francia, Italia, Grecia, Inglaterra… incluso los que se ubican allende los mares. Con un golpe de ratón, como en el caso de Lácteos Martínez, podemos hacer realidad el sueño de que nuestro queso favorito llegue en óptimas condiciones a casa. Internet y las redes sociales nos permiten bucear en un mundo de texturas, de sabores, de propiedades. ¡Pero que conste en acta! El take away que tan de moda está ahora, también en el mundo del queso, era una realidad en época romana. Un paseo por Pompeya nos regala unas vistas magnéticas, una historia fascinante e incluso cómo eran aquellos “restaurantes” de comida rápida, a pie de calle, que se llenaban para hacer un impás rápido antes de volver al trabajo.

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